Desde el campamento militar de Castrillón, puedo imaginarme cómo las tropas romanas divisaban el Coto de San Sebastián, un antiguo castro hoy convertido en mirador. Aquellos habitantes del castro habrían de mostrar resistencia frente a las poderosas legiones romanas. La audacia, que hoy es un eslogan futbolístico, tendría su origen como nombre en estos tiempos.
Un castreño divisando al invasor desde los muros de su castro, cambiando las labores agrarias por la defensa de su territorio y de su gente, es el verdadero significado de audacia. Muy lejos de la visión guerrera de los castreños que nos ofrecen los filmes, nuestro pueblo era pacífico y su rutina diaria tendría más que ver con controlar las fases de la luna para maximizar los cultivos que con pelear por cualquier motivo.
Me imagino a Breogán bajando la falda del Coto de San Sebastián (385 metros) para disfrutar de una jornada de pesca en el Pozo do Pego, un remanso del Ulla en el que el salmón es el auténtico rey. Tan mágico era este sitio que los ancianos del lugar dicen que era el enclave elegido por los pueblos celtas para arrojar a los muertos en busca de otro mundo. Y seguro que si hoy pudiésemos ver lo que hay en el fondo del río, encontraríamos el ajuar funerario de nuestro Breogán; él tendría en el Pego su particular “Tír na nÓg” (la tierra de los bienaventurados en gallego).
Los nuevos pretendientes a ocupar el espacio galaico tampoco lo tendrían todo a su favor. El valle del Ulla mostraba múltiples peligros para los desconocedores del terreno. Cada “ferrado” de nuestro frondoso bosque sería una emboscada para el ejército imperial, una oportunidad para más pronto que tarde expulsar al enemigo y resignificar la famosa frase de Julio César de Roma: “Veni, vidi, vici” a una nueva versión castreña: “venerunt, viderunt, et abierunt” (vinieron, vieron y se fueron).